Esta noche ha triunfado la ilusión.
De camino al estadio no paraba de ver aficionados portugueses pletóricos de alegría, conscientes de estar viviendo un momento histórico de su club, saboreando una fiesta que deseaban hacer eterna, rebosantes de una ilusión que se les veía fluir a borbotones al mirarles a sus ojos esperanzados.
Y en esos ojos llenos de alegría y esperanza me vi reflejado llegando al estadio.
En esos ojos me vi cogiendo un avión hacia Alemania para disfrutar de lo que pensaba sería lo más grande que iba a ver de mi club en mi vida, sin apenas importarme el resultado.
En esos ojos vi a los sevillistas que jaleamos a nuestro equipo en aquella mágica colina.
En esos ojos vi la ilusión, los abrazos, la confraternización y la unión de toda una afición que también nosotros disfrutamos en su día.
Creo que en ese momento lo supe, aunque preferí seguir soñando con la remontada.
Supe que el destino nos había reservado esa noche un sitio en los altares de la gloria futbolística.
Creo que en el fondo tod@s lo supimos.
Los portugueses se rompían la garganta desde horas antes del comienzo mientras que nosotros susurrábamos de forma desangelada nuestro precioso himno a poco de comenzar el partido.
Tal vez todos lo supimos o lo intuimos, pero lo que no podíamos llegar a imaginar es que nuestros apóstoles de Nervión iban a volver a defraudarnos de esta manera.
Un Sevilla indolente, impotente y cabizbajo fue vapuleado por un equipo diez veces menor en presupuesto pero cien veces mayor en ilusión.
Podemos debatir horas y horas sobre táctica y estrategia, sobre jugadores y entrenadores, pero la premisa ineludible debe ser el compromiso y la actitud de los profesionales.
Los jugadores pueden ganar o perder, pero siempre hay que exigirles que se dejen el alma en el intento.
Da la impresión que nuestros jugadores han perdido la ilusión pero lo que es aún peor es que parece que nos la están quitando a nosotros.
Tal vez ahora deberíamos cambiar el chip.
Cambiar el chip de Champions League por el de Europa League.
El chip de equipo ganador que nunca se rinde por el de equipo del montón.
El chip de venir al estadio a disfrutar por el de venir a sufrir.
Tal vez deberíamos cambiar el chip y conformarnos con la nueva realidad.